"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 13 de marzo de 2011

2 - Suricata

Me los encontré en la plaza, como a ocho cuadras del bar.

Venían caminando uno al lado del otro.
Anchoa con las manos en los bolsillos y el pucho en la boca.
Pilín, balanceándose con las piernas abiertas, como paspado, casi sin flexionar las rodillas, los brazos medio separados del cuerpo y las palmas de las manos apuntando hacia atrás, como remando el aire para avanzar.
El primero que me vio fue Anchoa, tal vez porque siempre tiene esa actitud de andar explorando el entorno con todos los sentidos, como hacen esos perros de las praderas que muestran en los documentales (creo que se llaman suricatas, o algo así).
Ví cómo lo codeó al gordo mientras me señalaba con la pera para avisarle de mi presencia. Cuando estuvimos a unos metros de distancia, Pilín se adelantó a saludarme:
-Cómo anda, Dotor!
Tuve la misma reacción que tengo cada vez que lo escucho: me incliné hacia un lado, como tratando de descubrir, detrás de Pilín, al dueño de la voz que había saludado. Es que el gordo tiene una voz que no le corresponde. Aguda y chiquita, como la de un nene de siete años.
Y el gordo no tiene precisamente aspecto infantil: es pelado, con cejas que parecen toldos, ojeras como tatuadas, y barba renegrida. Me hace acordar a los villanos de la películas mudas.
Anchoa, en cambio, no tiene voz. Lo que sale de su garganta es una especie de soplido, como cuando uno cuenta un secreto al oído. Él dice que tiene nódulos en las cuerdas vocales, por la sobreexigencia a la que las somete en la tribuna alentando a Excursionistas, y puteando al árbitro y a los rivales (sospecho que más lo segundo y lo tercero que lo primero, sumado al cigarrillo). Así que para hacerse escuchar en el ruido de la calle, hace un esfuerzo sobrehumano, y los ojos, de por sí bastante saltones, parece que van a salir disparados de su cara:
-Qué dice, tordo!
-Acá ando, pensaba acercarme al bar.
-No volvió desde el despelote del otro día? Preguntó Pilín
-La verdad que no me animé. Ustedes tampoco fueron más?
-No. Estuvimos ocupados con unas cosas del club, sopló Anchoa.-Pero si quiere lo acompañamos.

Tardamos un buen rato en llegar al bar.
Un poco porque últimamente me está doliendo la cintura y ando medio lento, y otro poco porque Pilín, en cuanto quiere apurar un poco el paso, se agita y resopla como un elefante marino. Intercambiamos nada más que un par de frases durante el trayecto, por la disfonía crónica de Anchoa, porque Pilín mientras camina resopla y mientras resopla no puede hablar, y porque yo esa mañana estaba con pocas ganas de conversar, preocupado por cómo me iría en mi retorno al bar.
Cuando llegamos, los invité a los muchachos a tomar una cerveza, pero con la condición de sentarnos en una de las mesas de la vereda, por si se presentara la necesidad de una retirada veloz, pero digna, en caso de que a Orellana le durara todavía la calentura por el incidente del domingo. No es lo mismo pararse y cruzar rápidamente la avenida para refugiarse en la frutería de enfrente, que ser echado a los empujones desde adentro del "establecimiento", como lo denomina pomposamente doña Moderación.
Anchoa y yo nos sentamos en esas sillas de lona azul con la marca de cerveza en el respaldo, de espaldas a la avenida.
Pilín amagó sentarse, pero interrumpió el movimiento y se quedó parado (supongo que habrá hecho un rápido cálculo acerca de la resistencia de la silla de lona). Tosió haciéndose el distraído, y dijo:
-Voy a pedir la cerveza adentro, y de paso campaneo cómo está el ambiente.
Dos mujeres que pasaban por la vereda se inclinaron, una a cada lado del gordo, para ver de dónde venía esa voz de nene.
Vi cómo atravesó ajustado la puerta, que tenía una hoja cerrada, y se fue para el mostrador, donde me pareció ver la silueta de la encargada.
No había ningún cliente adentro, ni en las mesas, ni jugando al pool. Tampoco se lo veía a Orellana. Hoy tendrá franco, pensé.

Enseguida salió del local una chiquilina de no más de veinte años, vestida con remera y pantalón negros, y un delantal largo, también negro.
Tenía el pelo corto, teñido de violeta, y un arito en la nariz. Traía una bandeja con la cerveza y tres vasos. Llevaba la bandeja con las dos manos, delante del cuerpo. No como Orellana, que la cargaba sobre la punta de los cinco dedos de su mano izquierda, casi a la altura del hombro. Entonces pensé que a lo mejor Orellana no estaba de franco. Se me ocurrió que podrían haberlo despedido por lo del domingo, y que ya le habían encontrado remplazante.
-Acá tienen, chicos
-Disculpe señorita, nos podría traer unos maníes?, le pregunté.
-Dale!
No logro acostumbrarme a la informalidad de los mozos y las camareras de ahora, que tutean a todo el mundo, y me irrita que respondan a los pedidos con esa muletilla casi infantil del "Dale!", como si en lugar de haberle solicitado su servicio, uno les hubiera propuesto llevar a cabo una actividad compartida (-Vamos a jugar a la escondida? -Dale!)
Dio media vuelta y volvió a entrar al bar, con la bandeja debajo del brazo.
Ví cómo pasó por el costado de Pilín que estaba acomodando las bolas en la mesa de pool, dejó atrás el mostrador, giró a la derecha, y se metió en la cocina.
Pensé si el cocinero vikingo también estaría de franco, o despedido.

Cuando la camarera desapareció de mi vista, mi atención se desplazó a esa zona difusa que hay en el fondo del local, a la izquierda. Me pareció que algo en ese lugar no tenía el aspecto habitual. Detrás de la mesa de pool estaba, como siempre, la de billar con el paño rajado, utilizada desde hace tiempo para apoyar los packs de gaseosas y algunos cajones de cerveza. Y detrás de la mesa de billar, la escalera de caracol.
Tardé unos segundos en darme cuenta, tal vez porque lo que me sorprendió no era algo que había en el lugar, sino algo que faltaba.
Era la luz. La luz tenue que habitualmente baja por el hueco de la escalera de caracol que está en el fondo del local, y que a veces cambia de color, ahora no estaba. Sólo se veía la escalera, oscura como un árbol incendiado. Desde la mesa de la vereda, no podía darme cuenta si también faltaban el olor a sahumerio y los cánticos hindúes.
Me estiré hacia atrás, y le eché una mirada al balcón del primer piso, con ese cartel que ofrecía Astrología, Psicología, Kabalah, Bioenergética, Meditaciones, Reprogramación, Cristificación, Angeología, Autoconocimiento y Regresiones.
Cada ítem con un tilde a la derecha, como si una vez instalado el cartel, una mano gigante los hubiera ido chequeando uno a uno, y que al darse cuenta que faltaba, hubiera agregado Yoga como arrinconado en el ángulo inferior derecho.

Cuando bajé la vista, me encontré con la mirada penetrante de Anchoa, que con su cara de suricata, y sin dejar de moverse nerviosamente en la silla ni un momento, me había estado observando todo el tiempo.
-A usted también le intriga? me dijo con su soplido.
Abrí la boca para contestarle, cuando apareció Pilín desde adentro, se sirvió cerveza, le hizo una seña con la cabeza a Anchoa invitándolo a comenzar con la partida de pool, se dio vuelta y comenzó a caminar hacia el local, remando el aire con una sola mano, porque en la otra llevaba el vaso de cerveza.
Anchoa se paró, giró su cabecita de suricata a un lado y a otro, como para asegurarse que no había ninguna amenaza en el entorno, sacó del bolsillo de la campera una tarjeta, y la puso boca abajo sobre la mesa.
Esperó que yo la tomara y me acomodara los anteojos.
Di vuelta la tarjeta y pude leer las cuatro líneas:

Choa y Asociados
Investigaciones Globales
Alfredo Naum Choa
Socio Gerente

Levanté la vista, y Anchoa, mientras giraba para seguir a Pilín, y sin dejar de mirar para todos lados, me dijo:

-Después le explico, tordo.

- CONTINUARÁ -

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11 comentarios:

  1. exquisitas las desceripciones de la mano del mozo d elos modos de las mozas modernas...
    intriga e invita a seguir leyendo...
    escuchando 05 Born On The Bayou\Creedence Clearwater Revival - Fantasy Session_1970

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  2. Iluso:
    Muchas gracias por tus comentarios. Me pone contento que te hayas enganchado con la historia.

    Creedence!! Qué grande!!

    Un abrazo
    W.S.

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  3. já, que intriga, para mí el bar cambió de dueños, y coincido en ese exeso de confianza pero no solo en los mozos, en cualquier local de ventas de lo que sea, un abrazo y esperamos la continuación. pablo del feis

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  4. publicaciones son atrapantes, felicitaciones, mucho mas para un fanatico de Excursionistas.. un abrazo! y adelante

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  5. Muy bueno!!! me gusto mucho! y cuando escribiste "me señalo con pera" no pude evitar hacer el movimiento!! Monica del feisbuc

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  6. Estaba dispuesta a disfrutar de una vívida descripción del "despelote del otro día" y zas, la tan temida palabra que pega en la frente, CONTINUARÁ. Mecaheendie!
    Su reciente seguidora, Marta.

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    1. Marta:
      El "despelote del otro día" est;a relatado en el primer capítulo "No funcionó", al que puede acceder haciendo click en el link correspondiente, a la derecha de su pantalla, bajo el título "Todos los capítulos". Vaya, léalo, que si no no va a entender nada de lo que sigue!

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    2. Gracias, Ahora voy tomándole el peso a la cosa y claro, aguardo con más ansiedad.
      Lo espero. Marta

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  8. Que gratificante encontrar sus relatos!Me encanta la dinamica que tiene su forma de narrar y describir. Las palabras justas, cualitativa y cuantitativamente, para que el lector imagine la escena.
    Felicitaciones!
    Bravo! me atrapo!!

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  9. Espero la proxima entrega Dr. esto es un suplicio para los ansiosos!

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