"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 27 de marzo de 2011

4 - Hinchada





¡Excursionistas vos sos mi pasión, vos sos mi locuuuura,
que tenemo' aguante lo sé, ya no queda duuuda,
esta es la banda del Bajo Belgrano
la que te sigue siempre en todos lados,
ustedes dejen la vida en la cancha,
nosotro' alentamo, nosotro' alentamo!

Mientras el canto bajaba de la tribuna como un rugido, yo subía con dificultad pasando entre medio de cientos de hinchas desenfrenados que saltaban marcando el ritmo, haciendo temblar el cemento del Coliseo del Bajo Belgrano.
Vi una bandera enorme a rayas verdes y blancas, que latía con el canto, porque la movían acompasadamente miles de brazos de los que estaban debajo.
A medida que iba subiendo notaba cómo los hinchas que tenía cerca me miraban raro. Sería tal vez porque mi traje gris con chaleco, mi corbata y mis zapatos lustrados desentonaban un poco con el estilo informal de ellos.
Es que hacía muchísimo tiempo que no iba a una cancha de fútbol.
A decir verdad, creo haber ido unas pocas veces en mi vida.
El fútbol no es lo mío. Ni el fútbol ni el pool. Soy más bien del boxeo y del billar.

Pero no me quedaba otra: Anchoa y Pilín me habían explicado una vez que cuando Excursionistas juega de local, Anchoa se ocupa de dirigir a la hinchada, mientras el gordo atiende el puesto de choripan que está debajo de la tribuna local, y que la dirigencia del club le dio a explotar a los "hinchas más caracterizados", que es como se denomina finamente a los muchachos de la barra brava.
Y como esos dos andan todo el resto del tiempo juntos, se me ocurrió que era la oportunidad de agarrarlo a solas a Anchoa (bueno, a solas es un decir), para que me explicara lo de la tarjeta que me había entregado en el bar el día de la cerveza en la mesa de la vereda.

Mientras iba subiendo, me llegaba desde la tribuna visitante, asordinado en parte por la distancia, y en parte porque eran pocos los intérpretes, el canto de la hinchada de Midland:

¡Vamo' el funebrero y ponga huevo que tenemo' que ganar,
quizá no tenga para morfar,al funebrero yo lo sigo adonde va,
no me importa donde juegue,siempre lo voy a seguir,
yo lo quiero al funebrero y por él voy a morir!

Pensé que a juzgar por los cantitos de las hinchadas, el fútbol hoy se ha convertido en una cuestión de vida o muerte, y seguí subiendo unos cuantos escalones más pidiendo permiso y cuidándome de los pisotones y los codazos.

Levanté la vista, y ahí lo vi: emergiendo entre las banderas, los papelitos y el humo de la pirotecnia, un metro más arriba que el resto, parado en el paraavalanchas, agarrado con una mano de una bandera larga y finita que bajaba desde lo alto de la tribuna hasta el alambrado perimetral del campo de juego.
Pero no tenía la actitud que uno está acostumbrado a ver en los barrabravas cuando la televisión se dedica a enfocarlos en esos momentos en que el partido se pone aburrido.
No estaba de frente al césped mirando las jugadas, pero tampoco estaba de frente a la hinchada. No cantaba. No saltaba con el resto.
Estaba erguido, medio al vies sobre el caño del paraavalanchas, la cabeza levantada, los ojos fijos alternadamente en el campo de juego, en la hinchada rival, y en la propia hinchada.
Miraba, olía, escuchaba. Escudriñaba el entorno.
La suricata vigilando, protegiendo a la manada.

Me acerqué como pude, porque rodeando el paraavalanchas estaba lo más selecto de la barrabrava: El Topo, Pascua, Potote, Fusa y El Soldado.
Yo los conocía de haberlos visto en el bar jugando al pool con Pilín y Anchoa, pero nunca los cinco juntos; siempre de a uno o dos. Además, nunca se sentaban a tomar cerveza con nosotros. Simplemente llegaban, jugaban una o dos fichas de pool en silencio, y se iban.
Pero esa tarde no estaban lo que se dice silenciosos: cantaban desgañitándose, dejando las tripas en cada estrofa, y en las pausas que imponía la métrica de los versos, lanzaban un ¡¡¡Vaaaaamo'!!! los cinco al unísono, como para que no decayera el entusiasmo del resto de los hinchas.
Mientras tanto, Anchoa no dejaba de prestar atención a cada mínimo detalle de lo que pasaba alrededor: desde los piques del 7 de Midland, que esa tarde estaba enloqueciendo a la línea de cuatro verdiblanca, pasando por los movimientos de la hinchada rival, hasta el aliento de los propios hinchas, sin dejar de lado las puteadas al árbitro y a ambos jueces de línea.

Cuando estuve a un par de metros, ni siquiera tuve que llamarlo.
Detectó mi presencia, me dedicó una mirada breve, le hizo una seña con la cabeza al Topo, y en un movimiento casi de ballet, intercambiaron lugares: Anchoa bajó de un salto del paraavalanchas, y el Topo ocupó su lugar.
El Topo, si bien es flaco como Anchoa, no tiene los ojos saltones, sino unos ojitos chiquitos e inteligentes, y ostenta permanentemente una semisonrisa canchera, típica del que tiene las cosas bien claras.
En cuanto ocupó el lugar arriba del paraavalanchas, dejó de cantar como un descosido y adoptó la misma actitud vigilante y escrutadora que tenía Anchoa un momento antes.
Una vez más, me acordé de los documentales donde las suricatas se turnan para vigilar el entorno y proteger al grupo.

Anchoa me tomó del hombro y me llevó hasta la parte de atrás de la tribuna, donde los cantos, los saltos, y las explosiones llegaban amortiguadas por el espesor del cemento.
Saqué la tarjeta del bolsillo y se la puse enfrente de la cara. Anchoa ni la miró, y me dijo, con su disfonía tribunera:
-Vamos, tordo, me va a decir que usted va al bar nada más que a boludear!
-Bueno, yo no lo diría en esos términos. Voy a leer el diario, tomarme alguna copita, a veces me quedo a almorzar...
-Sí! Y arma unos quilombos que si no lo defendemos con el gordo, entre Orellana y el cocinero lo dejan finito como un escalope!
-Ese incidente se produjo por culpa del servicio de Decisiones Express, que está mal organizado, pero yo no me vine hasta acá para que me echen en cara que me tuvieron que defender!
-Y a qué debemos su grata presencia en Pampa y Miñones, entonces?
-Quiero saber quién es usted realmente! le contesté sacudiendo la tarjeta delante de su nariz
-Y por qué me pregunta si ya tiene la tarjeta?
-Porque yo estaba convencido que usted era, como Pilín, como los otros muchachos que juegan con ustedes al pool, un, digamos, hincha caracterizado de Excursionistas...
-Un barrabrava
-Usted lo dijo, no yo. Pero resulta que el otro día, sin aviso previo, me tira esta tarjeta donde dice que usted es una especie de detective, o algo así!
-Y?
-Y, que para mí era Anchoa, el barrabrava, y ahora me vengo a enterar que se llama Alfredo Naum Choa, y que tiene una empresa de Investigaciones!
-Y dígame, cómo lo llamamos nosotros a usted?
-Doctor, tordo, según.
-Y usted qué es?
-Bueno, podólogo, ya le conté que estoy retirado hace tiempo...
-Entonces, tordo, coincidirá conmigo en que, en general, nada es lo que parece
-Está bien, pero cómo me explica todo ese caudal de conocimientos que usted tiene sobre Excursionistas?
-Tordo, me extraña! Desde que se inventó el Google, uno es ignorante sólo si quiere!
-No sé qué será ese Buble del que me habla, pero todavía no me dijo a qué se refería el otro día en el bar cuando me preguntó si a mí también me intrig....

¡¡¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOL!!!!!!

El estruendo y el temblor del cemento casi me tiran al piso.
Anchoa (Alfredo?, el detective Choa?) giró sobre sus talones, y en dos zancadas se zambulló entre los hinchas que saltaban enloquecidos, festejando el triunfo sobre la hora.
Me apuré a salir del estadio antes que la hinchada.
Cuando pasé frente al puesto de choripan, vi como Pilín me saludaba con la mano en la que sostenía un tenedor con un chori ensartado.

No parecía sorprendido de verme ahí.

- CONTINUARÁ -

Safe Creative #0910164691177

1 comentario:

  1. Oiga!!!
    Empezó de nuevo?
    Espero que esta vez termine... no le voy a perdonar que me deje colgado como aquella vez.

    ResponderEliminar