"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 3 de abril de 2011

5 - Doña Moderación

-Es por la humedad
-Aah, claro!

Invariablemente mis conversaciones con doña Moderación, la encargada del bar, terminan de esa manera.
Porque cualquiera sea el tema que abordemos mientras nos tomamos unos anices o unas Hesperidinas en el mostrador, la señora se las ingenia para derivar la charla al lamentable estado en que se encuentran sus pies, y el dolor que siente en los tobillos, especialmente en esta época del año, independientemente de que el diálogo se desarrolle en primavera, verano, otoño o invierno.
Ella cree que por ser podólogo retirado, tengo a mano la solución mágica y definitiva para cualquier dolencia que afecte de la rodilla para abajo.
Yo zafo echándole la culpa a la humedad, sin darle más explicaciones, y ella hace como que se queda tranquila con mi diagnóstico.
Es como un acuerdo tácito que tenemos, y se repite cada vez.
Igual que el chiste que le hago cuando la invito a acompañarme con la hesperidina o el anís, explicándole que es para poder decir después que yo bebo, pero con Moderación. Vaya uno a saber qué se le pasó por la cabeza a los padres cuando decidieron ponerle ese nombre a esta criolla de pechos enormes y caderas anchas, hace como setenta años, allá en el campo, en Comodoro Py.

Pero después del episodio de la tarjeta, y de la conversación interrumpida en la cancha con Anchoa, yo estaba decidido a obtener de la charla alguna información acerca de las cuestiones que me intrigaban del bar, y del instituto del primer piso, y que suponía también eran motivo de investigación para Anchoa (El detective Alfredo Naum?, el agente secreto Choa?).

Así que me armé de paciencia, me acodé en el mostrador lo más cómodo posible, (porque el bar no tiene barra, y por lo tanto tampoco tiene esas banquetas altas para sentarse cuando uno toma algo. Tiene un simple mostrador, como de almacén), y le pedí a doña Moderación que se tomara otra Hesperidina conmigo.

Desde esa esquina del mostrador donde me había ubicado, tenía un panorama bastante bueno.
El mostrador está casi al fondo del local, de manera que mirando hacia la calle se ven todas las mesas, incluso las de la vereda.
Cerca de la pared de la derecha, mirando hacia la calle, está la mesa de pool adelante, y más atrás la de billar transformada en depósito de cerveza y gaseosas, y hacia el fondo, el pasillo que va a los baños, con la escalera de caracol de un lado, y la cocina del otro, justo atrás del mostrador.

Mientras conversábamos, Cande, la camarera tuteadora, iba y venía del salón y la vereda, llevando la bandeja con cafés y bebidas, y trayendo la plata de los clientes que habían pagado. Cada tanto seguía de largo y entraba a la cocina.
Desde mi ubicación podía ver, por el hueco del pasaplatos, cómo se reía con el bachero, un pibe que debe tener más o menos la misma edad que ella, alto y flaco como un alambre, que anda siempre con uno de esos aparatitos de música enchufado en los oídos.
Como el pibe además de lavar los platos y los pisos, también se ocupa de salir a llevar algunos pedidos a las oficinas de la cuadra, me lo cruzo bastante seguido.
Va siempre con esos cablecitos colgando de las orejas, con los ojos brillosos, y moviendo casi imperceptiblemente la cabeza, acompañando lo que escucha. No entiendo cómo los chicos de ahora se pueden pasar todo el día con esa música ruidosa, y además a todo volumen. Dentro de unos años van a estar todos sordos.

Le hice una seña a doña Moderación para que se diera vuelta, y los dos vimos, por el hueco del pasaplatos, como se besaban a la pasada, pensando que nadie los veía.
-Johnatan se llama, es un chico buenísimo, ella es mi nieta y parece que están noviando
-Enhorabuena! (no sé por qué me salió esa expresión que no uso habitualmente), se ve que hacen una linda parejita!

Al fondo de la cocina, se podía ver la espalda del cocinero vikingo, que parecía estar cortando algo, a una velocidad impresionante. Me hace acordar a un vikingo no sólo por la forma en que intentó atacarme con la maza de aplastar milanesas, sino también por su aspecto. Es enorme en las tres dimensiones: alto y ancho y profundidad. Tiene una barriga voluminosa, unos bigotazos que le bajan verticales a ambos lados del mentón, y el pelo rubio y largo hasta los hombros, recogido en una trenza, supongo que por cuestiones de higiene.
-Y el cocinero, cómo se llama?
-Svebor. Es croata. Vino hace unos años escapando de no sé que guerra. Parece que allá trabajaba en la policía, o algo así.
-Y aprendió bien el idioma?
-Ni una palabra. Al principio pensé que era mudo. Así que los pedidos de los platos se los hacemos por señas
Intenté imaginarme qué seña podía corresponder a "Vacío al horno con papas", o a "Revuelto Gramajo", pero no lo logré.

Mientras ella me hablaba, yo miraba de reojo al rincón de la escalera de caracol.
La luz había vuelto.
Ahora cambiaba de color bastante rápido, entre el naranja, el azul y el verde.
La música hindú chorreaba por los escalones, y el olor a sahumerio se expandía casi hasta donde estábamos nosotros dos.
Pero Doña Moderación, que estaba parada detrás del mostrador, de frente a mí y de espaldas al fondo del local, parecía no ver, ni oír, ni oler.
Abrí la boca para preguntarle por Orellana, pero me frené. Habían pasado pocos días desde el incidente, y tuve miedo de enterarme de que lo hubieran despedido por mi culpa.

De pronto, se produjo un cambio en la escena del fondo del local.
La luz que bajaba por el hueco de la escalera quedó primero fija en el color naranja durante unos diez segundos, y después se atenuó hasta desaparecer.
Simultáneamente, se disipó el olor a sahumerio, desenmascarando la fritanga que salía de la cocina, y la música hindú se fue diluyendo, dejando en su lugar un sonido que al principio me costó identificar.

En ese instante, Doña Moderación, que estaba detrás del mostrador, junto a la caja registradora, Cande, que venía del salón con la bandeja debajo del brazo, Johnatan, que salía de la cocina con la escoba en la mano, y el vikingo croata, que se asomaba por el pasaplatos blandiendo una cuchilla, quedaron como suspendidos en el tiempo, los cuatro con la mirada dirigida hacia un mismo punto del techo, como si pudieran ver lo que estaba pasando en el piso de arriba.

En voz baja, les dije:
-Ustedes no escuchan ese ruidito?
Ninguno contestó. Lo que se escuchaba era como un crepitar, pero débil, y agudo, y constante, como miles de pequeñas voces....piando.
Casi grité:
-¡Me parece que son pollitos!
Los cuatro parecieron despertar del trance hipnótico, y reanudaron cada uno el movimiento que habían interrumpido por un segundo.

Entonces doña Moderación me dijo, como si no me hubiera estado escuchando:
-Los tobillos me están matando. Qué podrá ser?

Esta vez no le contesté.

- CONTINUARÁ -
Safe Creative #0910164691184

1 comentario:

  1. serán los de kiss en algún ritual de pisar pollitos?.............ja ja ja ja, gracias por estos regalos...... pablo del feis.....

    ResponderEliminar