"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 23 de octubre de 2011

34 - Trámites


- Acá está el cafecito. Disculpame que demoró un poco, pero la máquina express se había trabado, y con  la abue tuvimos que...
- Está bien, Señorita. No importa
La interrupción de Candela me vino como anillo al dedo. Me tomé el café de un trago, sin problema alguno, porque estaba bastante frío, y le dije a Anchoa que acababa de recordar que tenía que hacer un trámite en el banco.
El detective me miró entrecerrando sus ojos de suricata, y con cara de no creerme, me dijo:
- Vaya nomás, Tordo, que no se le haga tarde. Yo pago el café.

En realidad, lo que yo quería, a esa altura de los acontecimientos, era quedarme un rato a solas para tratar de ordenar toda la información que venía recogiendo, casi a  mi pesar, desde que me había empezado a relacionar con el detective Alfredo Naum Choa y sus colaboradores de Investigaciones Globales.

Así que encaré para el lado de Cabildo, para que fuera más creíble mi excusa, ya que en la avenida hay varias sucursales bancarias.

Como tenía en la cabeza más bien una mescolanza, traté de clasificar los disparates que me habían estado contando, y mis propias experiencias de esos últimos días, para poder analizarlos por separado, a ver si así se me clarificaba un poco el panorama.

Por un lado, estaba Orellana, que tras el incidente provocado por los decididores de Decisiones Express, había dejado de trabajar en el bar, aunque en dos oportunidades lo habíamos visto retirarse como a escondidas, las dos veces justo después de que terminaba de salir la multitud por la puerta celeste.

Ahora bien. Este asunto con el correntino, que a mí en principio me había parecido de lo más misterioso, había pasado a un segundo plano a partir del momento en que comencé a involucrarme en la investigación de Anchoa y su equipo. Porque, además de esa gente tan rara que vimos salir por la puerta celeste, todos hablando por celular, siempre al concluir esa combinación de luces, música extraña y aroma a sahumerio que se derramaba por el bar, por las ventanas del instituto del primer piso, y también por el portón de Amenábar, estaba la extraña actitud que Doña Moderación, Candela, Johnatan y Svebor adoptaban cada vez que se desataba el show de  fenómenos auditivo-olfativo-lumínicos, como lo llamaba Anchoa.

Pero además no podía olvidarme del pedido de ayuda que me había llegado adentro del sándwich de crudo y manteca, que, como bien había deducido el detective, podría provenir de cualquiera de los que trabajaban en el bar.  

Y por si fueran pocos misterios, había que agregar el trastorno en el tiempo, que, independientemente de las teorías disparatadas del Doctor Pascualini, yo mismo había podido experimentar cuando tuve la ocurrencia de seguirlo a Erec y completar una vuelta a la manzana del bar.  

Y ahí era precisamente donde se me generaban las mayores dudas. Porque si bien era verdad que con ese giro completo en sentido horario alrededor de la manzana se me había adelantado el tiempo siete horas, desfasaje que Anchoa me ayudó a corregir llevándome a dar otra vuelta, pero en sentido inverso, no recordaba haber vuelto a tomarme la Hesperidina por segunda vez, como hubiera correspondido. Algo fallaba.

Ahora bien: el agregado de la investigación histórica del Licenciado Topolovsky le aportaba algo de veracidad al asunto, porque, si era cierto que como supuestamente había descubierto Pascua, se producía en el pasado ese torbellino que hacía que salieran disparados hacia el presente desde sonidos hasta personas (dos, más precisamente), había una gran coincidencia entre aquel inmigrante centroeuropeo dueño del criadero de pollos de la época de Rosas, y Svebor, el cocinero croata, ambos duchos en el manejo de la cuchilla. Y con respecto a la segunda persona, en el mismo momento en que Anchoa me relató el suceso de aquel paisano viajero de principios del siglo XIX que desapareció al dar la vuelta al ombú, lo asocié, no sé bien por qué, con Orellana, el mozo correntino.

Pero había un tercero en discordia. ¿Por qué no podría Johnatan, con su inexplicable afición por el tango,  haber sido unos de los muchachos que frecuentaban el bar en la época de Pernoglio?

Ya había llegado a la esquina de Cabildo y Echeverría, donde está el Banco Provincia, y me paré a descansar las piernas y la cintura, que cuando camino un poco me empieza a doler. Pero sobre todo, para quedarme unos minutos sin pensar en nada, mirando pasar la gente. 
A decir verdad, me parecía mentira estar elucubrando asociaciones entre teorías disparatadas e historias incomprobables. Pero cada vez que estaba por mandar al detective Choa y su troupe al diablo y buscar otro bar adonde ir a tomarme mis Hesperidinas, algo dentro de mí me decía que no, que averiguara un poco más.
Encima, como frutilla del postre, Anchoa había rematado el dislate con la historia esa de que “alguien”, estaría aprovechando que las ondas temporales del remolino que se formaría alrededor del ombú que supuestamente está justo en los fondos del bar, afectarían el cerebro de todos esos pobres incautos que estarían ahí adentro en busca de trabajo, y los transformarían en una especie de zombies que lo único que hacen es hablar por celular con cara de tontos. ¿Con qué objetivo?, me preguntaba.

Estaba sumido en esas cavilaciones, cuando me despabiló la inconfundible voz soplante del falso barrabrava:
- ¿Y, Doc? ¿Pudo cobrar la jubilación?
- ¡Mecachendié! ¡Me está siguiendo!
- Tranquilo, Tordo, no se persiga. Estoy yendo para el club ¿Llegó a alguna conclusión?
- No sé de qué me habla, Anchoa. Ya le dije que tenía que hacer un trámite.
Como de costumbre, daba toda la impresión de tener la capacidad de leerme el pensamiento:
- Qué raro que se fue sin preguntarme para qué le están haciendo el lavado de cerebro a toda esa gente que termina saliendo por la puerta celeste…
Me resigné a no seguir disimulando, y fui al grano:
- Está bien. Desembuche de una vez
- ¿Se acuerda de Decisiones Express?
- Cómo no me voy a acordar!. Por culpa de ese servicio me metí en este berenjenal…
- Bueno, ahí los tiene
- ¿A quiénes?
- A los que salen por la puerta celeste hablando por celular. Ellos son los decididores.  

- CONTINUARÁ -

3 comentarios:

  1. Yo me imaginaba a los decididores con cara determinada, espíritu templado y fuerte carácter.
    Pero se ve que la lobotomía les afecta enormemente...
    Abrazos!!

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  2. Y yo me imaginé a los viajeros en el tiempo hablando por celular pasando números para la quinela.

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