"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

miércoles, 16 de noviembre de 2011

38 - Despedida


- Eso fue lo que pensé al principio, pero cuando entré al club empecé a sospechar otra cosa.
- ¿Por qué, Pilín? ¡Cuénteme!

Mientras tanto, ahí, abajo del ombú, la multitud seguía quieta, con las cabezas ligeramente inclinadas hacia arriba y sonriendo en absoluto silencio. De manera que el gordo y yo seguíamos hablando en voz muy baja, casi en un susurro, como si tuviéramos miedo de despabilarlos. Él, apoyando su espalda en la pared, y con los ojos cerrados. Yo, a su izquierda, tratando de seguir su relato.

- Resulta que a medida que me iba cruzando con los pibes, me di cuenta de que pasaba algo raro. Estaban todos contentos, pero a mí me miraban raro, como con bronca. Hasta que llegué al bufet. Ahí estaba el Yilé, el jefe de la barra, leyendo el diario. Así que me animé, y le pregunté cómo habíamos salido.
- ¿Y?
- No me olvido más, Dotor. Me dijo: “Uno a uno, gordo. Íbamos ganando desde los dos minutos del primer tiempo,  y los hijos de puta nos empataron a los treinta y siete del segundo. Fueron ocho minutos de terror, pero lo aguantamos ¡Ascendimos! ¡Estamos en la B! Ahora, vos: ¿Me querés decir dónde carajo te metiste?”. Y yo le expliqué lo del bar, y que me parecía que me había quedado dormido porque nos habíamos tomado unas cervezas de más.
- ¿Y qué le contestó ese muchacho?
-  Me dijo: ¡Quince días te dormiste, gordo! ¡Flor de pedo tendrías!
- ¿Quince días?
- Tal cual, Dotor. Yo no entendía nada, pero le pedí el diario al Yilé, y miré la fecha. Era así, nomás. Y en la parte de deportes ya ni hablaban del partido.
- ¿Y usted qué hizo, entonces?
- Y, nada, Dotor. Qué iba a hacer. Me hice el boludo, le cambié de tema.

Evidentemente la mención que acababa de hacer el gordo acerca de ese tal Yilé que era el jefe de la barrabrava en el 94, confirmaba la historia que me había contado Anchoa, acerca de que él y su troupe de investigadores habían ido cooptando a la hinchada hasta quedarse con la conducción. No quise indagar cómo había sido desplazado Yilé, pero me imaginaba que no habría sido en una amable y civilizada asamblea de hinchas, precisamente. De todos modos, no quise avanzar por ese lado, para no deschavar al detective, que lo había tenido engañado al gordo desde quién sabe cuándo.

En ese momento, un sonido nos distrajo. Era el rozar de miles de suelas contra el piso, que en toda la superficie del terreno debajo del ombú, estaba formado por un pedregullo fino, como hay en los senderos de algunas plazas.
Sin abrir los ojos, Pilín  me preguntó casi en un susurro:
- ¿Qué están haciendo ahora?
- Es extraño. Giraron todos a la vez y se quedaron mirando para la izquierda, hacia una escalera que hay pegada a la medianera, que pareciera que va hasta el primer piso.
- Bueno, entonces tengo unos minutos más para terminar de contarle.

Esa última frase de Pilín me hizo sospechar que el muchacho de alguna manera conocía cómo se iban sucediendo las distintas etapas en la formación de los decididores, que a esa altura no había dudas que eso eran esos miles de chicas y muchachos que en ese momento estaban de perfil, firmes, como un pequeño ejército mudo bajo el ombú. Así que le seguí la corriente al gordo:

- Cuente tranquilo. Yo le aviso si hay algún cambio.
- Bueno, resulta que con el tiempo los pibes se fueron olvidando del asunto, pero a mí nunca se me fue el entripado. ¡Cómo me voy a perder el partido donde Excursio consiguió el ascenso, Dotor!
- Y, la verdad que debe haber sido fulero, Pilín. Máxime que Anchoa me contó que usted lleva el verde y blanco en el corazón desde muy purrete.
- Sí, Dotor. Sobre todo porque al año siguiente volvimos a descender, y desde entonces la venimos peleando en la C. La cosa es que hace un par de años, justamente, aparecieron por el club Anchoa y los otros cuatro. Enseguida me avivé que ni ahí eran hinchas de Excursio, y que andaban investigando algo que tenía que ver con lo que me había pasado a mí ese día del uno a uno con Liniers, así que me les pegué como una estampilla, para ver si descubrían algo.
- Mecachendié, nada es lo que parece…
- ¿Cómo dijo, Dotor?
- No, nada, Pilín.
- Y bueno, con la excusa de hacerles los chori, me quedaba boludeando en las reuniones que hacían en el cuartito del club, y paraba la oreja. Ya le dije. Como dos años me la pasé haciéndome el gil.
- ¿Entonces usted sabe desde un principio que Anchoa y los otros muchachos…
- …son investigadores. Por supuesto, Dotor. Seré gordo y de voz finita, pero no soy boludo.
- Y entonces, ¿cómo siguió la historia?
- Bueno, igual que usted, me fui enterando de que la clave del asunto está en el ombú, y que el día ese que anduve dando vueltas en pedo alrededor del árbol, me mandé un viaje en el tiempo. Así que como no me puedo morir sin ver ascender a Excursio a la B, tengo que volver a aquel día. Para eso tengo que dar la vuelta al revés, no sé si me entiende.

El silencio se interrumpió nuevamente con ese sonido de suelas raspando el pedregullo del piso.
- ¿Y ahora, qué pasa?
- Empezaron a caminar hacia la escalera.
- Me queda poco tiempo. Le termino de contar.

El resto del relato de Pilín tuvo como música de fondo ese ruido apagado y áspero de miles de pequeños pasos sincronizados avanzando hacia la escalera que teníamos a nuestra izquierda, adosada a la medianera. Era realmente notable cómo esa enorme cantidad de gente se movía en forma ordenada y rápida, sin atropellarse, a pesar de que la escalera, cuyo ancho sólo permitía que subieran de a uno en fondo, le provocaba un importante cuello de botella a ese flujo humano.
- La cosa, Dotor, es que para cuando me avivé que tenía que volver acá para dar la vuelta al ombú, ya habían clausurado la puerta de metal, y la habían tapado con unos cajones. Así que hoy me decidí, y me vine temprano para el bar. Me senté en una de las mesas que están cerca del mostrador, y me tomé un café con leche mientras esperaba que empezara el asunto ese de las luces, y la música
-¿Y?
- Y bueno, en el momento que la piba, el rolinga, la gorda de la caja y el rubio de la cocina quedaron todos duros mirando el techo, saqué la pinza ésta que me había traído en la mochila, tiré los cajones a la mierda, y rompí el candado. Y acá estoy ¿Ya subieron todos?
- Van quedando unos pocos abajo. Están al pie de la escalera.
- Bueno, ya me voy entonces. Deséeme suerte, Dotor.

Entonces abrió los ojos, parpadeó un par de veces, despegó su enorme corpachón de la pared, y se alejó resoplando, caminando hacia el ombú con las piernas separadas, remando el aire con las palmas de las manos hacia atrás. Al observar la dificultad con la que se desplazaba, no me animé a mencionarle mi teoría acerca de que cuanto más lejos quisiera uno viajar en el tiempo, con más velocidad debería dar la vuelta. Me imaginé que no iba a poder retroceder más que unos pocos días, como mucho, pero no quise quitarle la ilusión. Si no tuviera los achaques propios de mi edad, hasta lo hubiera acompañado, y hubiera intentado rodear el ombú aún más rápido que él, para poder retomar cierto asunto con una señorita, que quedó trunco hace unas cuantas décadas.

Cuando estaba a mitad de camino, recordé algo, y le grité:
- ¡Pilín! ¡Pero el Doctor Pascualini dijo que según sus cálculos, la masa corporal que llegó desde el pasado, corresponde a dos personas! ¿Quién es el otro, entonces?

El gordo se paró en seco, giró torpemente sus 150 kilos, y se quedó unos segundos mirándome fijo a los ojos, para después volver a darme la espalda y retomar su camino, hasta desaparecer de mi vista, detrás del enorme tronco.

Creo que me puse colorado.

- CONTINUARÁ -

2 comentarios:

  1. ...y quedan dos... Hasta dónde habrá llegado Pilín? Ya lo dije, lo jodido de leer El Bar de Lacroze calentito es aguantar una semana hasta el siguiente capítulo...

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  2. Por ser un secreto esto del ombú, ya va siendo mucha la gente que lo sabe. Pongan una garita en la entrada y cobren peaje...!
    El Gordo era bien gordo, caramba!
    Abrazos!

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