Ambos
se pusieron de pie y comenzaron a bajar rápidamente los escalones
-
Paren! Hay más!
El
licenciado Topolovsky siguió su camino rumbo al cuartito donde había quedado el
Doctor Pascualini, seguramente enfrascado en su partida de solitario. Anchoa,
en cambio, se detuvo, y dando media vuelta me preguntó:
-
¿Qué más, Tordo?
-
Más sonidos, usted sabe…
-
¿Usted se refiere a lo que se oye cuando termina el show de luces de colores?
-
Así es. Eso que se parece a pollitos piando.
-
Tiene buen oído, Doc. Eso son. O eran, mejor dicho. Antes de que se construyera
la casa que albergó a la botica y después al bar en sus sucesivas versiones, en
ese terreno había una especie de criadero de pollos. Eso fue en la primera
mitad del siglo diecinueve, en la época de Rosas, cuando esta zona era
prácticamente un área rural. Si bien cada familia solía tener su gallinero, a
un inmigrante de Europa Central, que no se sabe bien cómo llegó, porque las
corrientes inmigratorias fuertes comenzaron años después, se le ocurrió lo del
criadero para abastecer a los sectores más adinerados del centro de la ciudad.
-
¿Todo eso también lo averiguó el Topo en sus investigaciones históricas?
-
Sí. Y como dato de color, pudo saber que el dueño del criadero era un rubio grandote,
que alguna vez hizo uso de la extraordinaria habilidad que había adquirido en
el manejo de la cuchilla de tanto degollar plumíferos, en una disputa con un
mulato por un asunto de polleras. Parece que el morocho no contó el cuento.
- A
la pucha. Pero hay más
- ¿Más
sonidos?
-
Sí, Anchoa. Esta madrugada, además de los pasos y las carambolas, escuché cerca
de la puerta del bar un sonido muy extraño, como un bip muy agudo, que se
repetía.
Entrecerró
sus ojos de suricata, le dio una larga pitada al pucho que, como siempre,
colgaba de la comisura de su boca, y se quedó así unos segundos.
- Un
bip. Por más que lo piense, no hay nada en los registros históricos que
recopiló el Licenciado Topolovsky que pueda asimilarse a un sonido de esas
características, Tordo. Y ahora le tengo que pedir que me disculpe. Voy a ver
qué nos dice Pascua de este asunto del cartel municipal que usted acaba de
aportar a la investigación. Le aconsejo que se vaya a descansar, que le está
haciendo falta.
Ya
era media tarde, y la noche anterior no había podido dormir. La falta de sueño
suele caerme muy mal, así que le hice caso y bajé los escalones de la tribuna para
dirigirme al portón principal de Pampa y Miñones. En el camino pude ver que el
viejito de la boina a cuadros estaba enrollando la manguera para guardarla, y
los pibes de las inferiores ya se habían retirado al vestuario.
Cuando
ya estaba en la vereda, una voz infantil me llamó desde adentro. Me dí vuelta
mirando hacia abajo. Como de costumbre, Pilín había logrado confundirme con su
vocecita de nene.
-
¿Y, Dotor? ¿Va a ir con nosotros el sábado, contra Cambaceres?
-
Seguramente, Pilín. Seguramente.
Ya
no tenía ganas de seguirle la corriente al gordo en su creencia de que yo
estaba ahí solamente para interiorizarme de las estrategias de la barrabrava
para enfrentarse con los rivales de turno. Mi respuesta lacónica pareció no
importarle demasiado, porque sin seguir la conversación dio media vuelta y se
dirigió hacia el depósito. Llevaba dos rollos enormes de tela verde y blanca, uno
debajo de cada brazo. Debían ser las banderas. O los trapos, como escuché que
les llaman las hinchadas.
Anduve
todo el camino con la mente en blanco, y ni siquiera recuerdo cómo ni a qué
hora me quedé dormido. A la mañana siguiente me desperté como nuevo, pero con
una inexplicable necesidad de irme de raje para el bar.
Cuando
llegué, Anchoa ya estaba en una de las mesas de la vereda, fumando y tomando un
cortado, como si me estuviera esperando.
-
Venga, Doc, siéntese. Le pido un cafecito.
-
Gracias.
- Se
lo ve descansado.
-
Así es. Dormí como una criatura.
- Me
alegro. En cambio, gracias a usted, el que pasó la noche en vela fue el Doctor
Pascualini
- ¡Epa!
¿Qué hice yo, ahora?
-
Tranquilo,Tordo, que no es un reproche. Al contrario, lo suyo fue un aporte
fundamental.
Por
enésima vez, no podía terminar de darme cuenta si las palabras de Anchoa eran
sinceras, o si se estaba riendo de mí, pero lo dejé seguir adelante con su
explicación
Resulta
que con el Licenciado Topolovsky le
pasamos a Pascua la data que usted nos dio acerca del cartel municipal, y se puso como
loco. .
- ¿No
me diga?
Se
inclinó hacia adelante, y me habló casi en un susurro.
- ¿Recuerda
que ayer le explicamos que, por estar conformados por ondas, los sonidos son
tan sutiles que, al producirse esos remolinos temporales pueden salir
disparados del pasado y llegar hasta el presente?
- Lo
recuerdo.
-
Bueno, a partir del hecho de que usted vio claramente en el frente del local el
cartel municipal con los datos correspondientes al expediente de Pernoglio, que
data de los años cincuenta, Pascua recalculó sus ecuaciones y llegó a la
conclusión de que la anomalía temporal que se produce en este lugar hace que
también puedan transportarse al presente objetos sólidos.
-
Espere, espere. Que ayer yo estaba medio dormido y me podía llegar a tragar
cualquier disparate que me contaran, pero ahora estoy bien despejado. Ese
cartel bien podría haber quedado arrumbado por ahí, y a Doña Moderación puede
habérsele ocurrido volver a ponerlo, como un elemento decorativo.
- Podría
ser, pero le hago una pregunta. ¿En qué estado estaba el cartel?
- ¡Me
cacho! Ahora que me lo pregunta, me acuerdo que me llamó mucho la atención el
hecho de que el letrero ese parecía flamante, como recién pintado…Pero bueno,
podría ser que lo hubieran mandado a restaurar.
- ¿Y
usted piensa que la encargada se iba a poner en ese gasto para colocar el
cartel un día y sacarlo al día siguiente? Porque tenga en cuenta, mi estimado, que sólo usted se percató de su
presencia. Le creemos porque tuvo la previsión de anotar todos los datos, que
coinciden absolutamente con los que figuran en los archivos de la
Municipalidad.
- Y
entonces ¿Qué piensan?
-
Que alguien acá adentro tiene muy claro lo que pasa con el tiempo, y cuando
llegó el cartel disparado desde la década del cincuenta, se apresuró a
retirarlo para no despertar sospechas.
En
eso llegó Candela a la mesa, y sin esperar a que abriera la boca, Anchoa le
pidió un café para mí. La camarera giró sobre sus talones, y se volvió a meter
en el bar. Pero no pudo reprimir su compulsión tuteadora, así que, aunque ya estaba dándonos la espalda, se encogió de hombros y largó su consabido “¡Dale!”
Entonces
bajé el volumen de mi voz, y le dije a Anchoa:
- La
verdad que esto me está empezando a asustar.
-
Más vale que tome coraje, para escuchar lo que sigue.
- A
la flauta. Lo escucho.
- Le
acabo de explicar que según las nuevas ecuaciones del Doctor Pascualini, sería
perfectamente factible que llegaran objetos sólidos desde épocas pretéritas.
- Sí,
lo entendí perfectamente.
-
Eso incluye seres humanos
Casi
me caí de la silla de lona. Le pregunté, ya con un hilo de voz:
- ¿Usted
dice que en el bar hay personas que vienen del pasado?
- Sí.
Un par.
- CONTINUARÁ -
Con el sonido tipo "bip" se me ocurrió que también se pudiese escuchar sonidos... del futuro!
ResponderEliminarY lo del traslado de sólidos de un tiempo a otro bien podría ser válido, ¿pero seres humanos? Bueno, también son sólidos.
Viene bien la cosa!!
Abrazos!!
Me como las uñas, más que un podólogo ¡voy a necesitar una manicura!
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