-
Acá está el cafecito. Disculpame que demoró un poco, pero la máquina express se
había trabado, y con la abue tuvimos
que...
-
Está bien, Señorita. No importa
La
interrupción de Candela me vino como anillo al dedo. Me tomé el café de un trago,
sin problema alguno, porque estaba bastante frío, y le dije a Anchoa que
acababa de recordar que tenía que hacer un trámite en el banco.
El
detective me miró entrecerrando sus ojos de suricata, y con cara de no creerme,
me dijo:
-
Vaya nomás, Tordo, que no se le haga tarde. Yo pago el café.
En
realidad, lo que yo quería, a esa altura de los acontecimientos, era quedarme
un rato a solas para tratar de ordenar toda la información que venía
recogiendo, casi a mi pesar, desde que
me había empezado a relacionar con el detective Alfredo Naum Choa y sus
colaboradores de Investigaciones Globales.
Así
que encaré para el lado de Cabildo, para que fuera más creíble mi excusa, ya
que en la avenida hay varias sucursales bancarias.
Como
tenía en la cabeza más bien una mescolanza, traté de clasificar los disparates que
me habían estado contando, y mis propias experiencias de esos últimos días,
para poder analizarlos por separado, a ver si así se me clarificaba un poco el
panorama.
Por
un lado, estaba Orellana, que tras el incidente provocado por los decididores de Decisiones Express, había dejado de trabajar en el bar, aunque en dos
oportunidades lo habíamos visto retirarse como a escondidas, las dos veces
justo después de que terminaba de salir la multitud por la puerta celeste.
Ahora
bien. Este asunto con el correntino, que a mí en principio me había parecido de
lo más misterioso, había pasado a un segundo plano a partir del momento en que
comencé a involucrarme en la investigación de Anchoa y su equipo. Porque, además
de esa gente tan rara que vimos salir por la puerta celeste, todos hablando por
celular, siempre al concluir esa combinación de luces, música extraña y aroma a
sahumerio que se derramaba por el bar, por las ventanas del instituto del
primer piso, y también por el portón de Amenábar, estaba la extraña actitud que
Doña Moderación, Candela, Johnatan y Svebor adoptaban cada vez que se desataba
el show de fenómenos
auditivo-olfativo-lumínicos, como lo llamaba Anchoa.
Pero
además no podía olvidarme del pedido de ayuda que me había llegado adentro del
sándwich de crudo y manteca, que, como bien había deducido el detective, podría
provenir de cualquiera de los que trabajaban en el bar.
Y
por si fueran pocos misterios, había que agregar el trastorno en el tiempo,
que, independientemente de las teorías disparatadas del Doctor Pascualini, yo
mismo había podido experimentar cuando tuve la ocurrencia de seguirlo a Erec y
completar una vuelta a la manzana del bar.
Y
ahí era precisamente donde se me generaban las mayores dudas. Porque si bien
era verdad que con ese giro completo en sentido horario alrededor de la manzana
se me había adelantado el tiempo siete horas, desfasaje que Anchoa me ayudó a
corregir llevándome a dar otra vuelta, pero en sentido inverso, no recordaba
haber vuelto a tomarme la Hesperidina por segunda vez, como hubiera
correspondido. Algo fallaba.
Ahora
bien: el agregado de la investigación histórica del Licenciado Topolovsky le
aportaba algo de veracidad al asunto, porque, si era cierto que como
supuestamente había descubierto Pascua, se producía en el pasado ese torbellino
que hacía que salieran disparados hacia el presente desde sonidos hasta
personas (dos, más precisamente), había una gran coincidencia entre aquel inmigrante centroeuropeo dueño del criadero de pollos de la época de Rosas, y
Svebor, el cocinero croata, ambos duchos en el manejo de la cuchilla. Y con
respecto a la segunda persona, en el mismo momento en que Anchoa me relató el
suceso de aquel paisano viajero de principios del siglo XIX que desapareció al
dar la vuelta al ombú, lo asocié, no sé bien por qué, con Orellana, el mozo
correntino.
Pero
había un tercero en discordia. ¿Por qué no podría Johnatan, con su inexplicable
afición por el tango, haber sido unos de
los muchachos que frecuentaban el bar en la época de Pernoglio?
Ya
había llegado a la esquina de Cabildo y Echeverría, donde está el Banco
Provincia, y me paré a descansar las piernas y la cintura, que cuando camino un
poco me empieza a doler. Pero sobre todo, para quedarme unos minutos sin pensar
en nada, mirando pasar la gente.
A
decir verdad, me parecía mentira estar elucubrando asociaciones entre teorías
disparatadas e historias incomprobables. Pero cada vez que estaba por mandar al
detective Choa y su troupe al diablo y buscar otro bar adonde ir a tomarme mis
Hesperidinas, algo dentro de mí me decía que no, que averiguara un poco más.
Encima,
como frutilla del postre, Anchoa había rematado el dislate con la historia esa
de que “alguien”, estaría aprovechando que las ondas temporales del remolino
que se formaría alrededor del ombú que supuestamente está justo en los fondos
del bar, afectarían el cerebro de todos esos pobres incautos que estarían ahí
adentro en busca de trabajo, y los transformarían en una especie de zombies que
lo único que hacen es hablar por celular con cara de tontos. ¿Con qué objetivo?,
me preguntaba.
Estaba
sumido en esas cavilaciones, cuando me despabiló la inconfundible voz soplante
del falso barrabrava:
-
¿Y, Doc? ¿Pudo cobrar la jubilación?
-
¡Mecachendié! ¡Me está siguiendo!
-
Tranquilo, Tordo, no se persiga. Estoy yendo para el club ¿Llegó a alguna
conclusión?
- No
sé de qué me habla, Anchoa. Ya le dije que tenía que hacer un trámite.
Como
de costumbre, daba toda la impresión de tener la capacidad de leerme el
pensamiento:
-
Qué raro que se fue sin preguntarme para qué le están haciendo el lavado de
cerebro a toda esa gente que termina saliendo por la puerta celeste…
Me
resigné a no seguir disimulando, y fui al grano:
- Está
bien. Desembuche de una vez
-
¿Se acuerda de Decisiones Express?
-
Cómo no me voy a acordar!. Por culpa de ese servicio me metí en este berenjenal…
-
Bueno, ahí los tiene
- ¿A
quiénes?
- A
los que salen por la puerta celeste hablando por celular. Ellos son los decididores.
- CONTINUARÁ -
Yo me imaginaba a los decididores con cara determinada, espíritu templado y fuerte carácter.
ResponderEliminarPero se ve que la lobotomía les afecta enormemente...
Abrazos!!
Y yo me imaginé a los viajeros en el tiempo hablando por celular pasando números para la quinela.
ResponderEliminarNooooooooooo
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