"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 1 de mayo de 2011

9 - Pilín



Mientras íbamos cruzando la avenida, me di vuelta varias veces buscando a Erec con la mirada, pero era como si se hubiera esfumado.

Cuando entramos al bar, nos fuimos a una de las mesas junto a la vidriera. Pilín colgó del respaldo de la silla la bolsita del pan, y puso el salamín adentro, así que cuando se sentó, el embutido le quedó asomando por detrás del hombro.

-Hola, chicos!, dijo Candela, ¿Qué van a tomar?
Anchoa respondió rápido:
-Una cerveza, con maníes
-Y para mí un sánguche de mila completo!, se apuró Pilín, mirándolo a Anchoa, que asintió con la cabeza, como dándole permiso.
-¿Y vos?
Sentí que era inútil insistir con el tema del tuteo, y le contesté como si nada:
-Mire, está un poco caluroso, así que le voy a pedir que me prepare un trago que solía tomar en mi juventud, para suavizar los ardores del estío. Anote: dos cucharaditas de azúcar refinada, dos de Hesperidina, una onza de hielo, y medio vaso de agua fresca.
La piba, que había anotado todo prolijamente, salió para el mostrador, y cuando iba acercándose a doña Moderación, pude escuchar que le preguntaba:
-¡Abue! El baldecito ese donde se sirve el hielo, ¿se llama onza?

Volví a prestarle atención a Anchoa, que a esa altura ya había hecho una completa inspección óculoauditivoolfativa del entorno, y mirándome fijo me estaba indagando:
-¿Qué es concretamente lo que quiere saber, tordo?
Yo lo miré de reojo a Pilín, porque no tenía claro si podría enterarse de lo que estábamos por hablar. Anchoa pescó el gesto en el aire, y me dijo:
-No se haga problema. Cuando se entretiene con algo, es como si no escuchara.

Efectivamente: Pilín se había ubicado en la silla que estaba de frente a la vidriera. De manera que ni bien se sentó, se puso a relojear a las chicas que caminaban por la vereda, y en su afán de seguirlas con la vista, inclinaba el cuerpo bien hacia la derecha, o bien hacia la izquierda, según hacia qué lado estuviera pasando la señorita de turno. Éste movimiento de vaivén que Pilín hacía con su tórax, se transmitía a la bolsa que tenía colgada del respaldo, lo que a su vez desbalanceaba al salamín, que de esa manera pasaba a asomarse alternativamente por encima de uno u otro hombro del gordo, como si hubiera adquirido vida propia.

-Mire, Anchoa. Acá hay varias cosas que me llaman la atención
-Enumere hombre, enumere!
-Punto uno: ¿por qué ahí en el fondo está esa escalera de caracol, que comunica con el piso de arriba, que no tiene nada que ver con el bar?
-Eso de que no tiene nada que ver, está por verse, valga la redundancia, tordo.
-Sí, ahora que lo dice, podría ser. El otro día, en un momento que se apagó la luz y paró la música esa, doña Moderación, la piba, el cocinero y Johnatan se quedaron como hipnotizados, mirando para arriba
-Ah! Usted también lo notó. ¿Y no escuchó nada raro, a continuación?
-¿Usted se refiere a...los pollitos?
-¿A usted le parecieron pollitos?

Me costaba concentrarme en la conversación, porque el salamín animado de Pilín no paraba de asomarse a un lado y a otro del gordo, apareciendo por el ángulo entre la cara y el hombro, como un muñequito.

-Sí. Como si de repente se pusieran a piar todos al mismo tiempo.
-Tordo, tenga en cuenta que en general, nada...
-Ya sé: en general, nada es lo que parece.
-¡Acá tienen, chicos! Interrumpió Cande, apoyando la bandeja en la mesa. Mientras ella destapaba la cerveza y servía los vasos, Pilín se abalanzó sobre el completo de milanesa, y empezó a devorarlo, sin dejar de contemplar el desfile de chicas.
-Ahora te traigo lo tuyo. Lo están preparando, me dijo, y volvió hacia el mostrador, donde estaba doña Moderación haciéndole gestos ampulosamente al cocinero, que también hacía de barman. Pensé que, arrancando con el hecho de que ni la camarera ni la encargada tenían la más remota idea de lo que era una onza, y siguiendo con que había que transmitirle la receta del trago al croata mediante señas, las posibilidades de que me trajeran lo que había pedido, se reducían prácticamente a la nada.

-Mire, tordo; por lo que veo, usted está rumbeando más o menos correctamente en la investigación...
-¡No, viejo! ¿De qué investigación me habla? ¡Yo sólo tengo curiosidad por algunas cosas que me parecen un tanto raras! Lo de investigar, se lo dejo a usted, Alfredo Naum Choa...
Anchoa, que hasta ese momento había estado conversando relajadamente, se sobresaltó cuando lo mencioné por su verdadero nombre (por lo menos, por el nombre que figuraba en su tarjeta de presentación). Se le salieron un poco más los ojos de las órbitas, apoyó los antebrazos sobre la mesa, se inclinó hacia adelante para poner su cara bien cerca de la mía, y con una voz más susurrante que de costumbre, me dijo, casi al oído:
-Tordo, está bien que el gordo sea medio pavo, ¡pero no me deschave de esa manera!

Pilín, de todas formas, no se había enterado de nada de lo que habíamos estado hablando, ocupado como estaba en mirar a las chicas, y tampoco de mi mención (totalmente adrede, reconozco), de la verdadera identidad de Anchoa. Su única reacción cuando juntamos las cabezas por delante de él, consistió en levantar un poco el traste de la silla, para, sin dejar de masticar el sandwich, poder ver por encima nuestro.

Pero al tratar de mantener su corpachón en esa posición inestable, ni parado ni sentado, movió la silla, que se cayó hacia atrás. En la caída voló la bolsita del pan, y el salamín salió despedido hacia arriba, girando en el aire mientras describía una parábola bastante elegante, considerando que no se trataba más que de un simple chacinado.

Entonces, tan misteriosamente como se había esfumado un rato antes, apareció Erec, que mientras entraba desde la calle, iba siguiendo la trayectoria del salamín con la mirada, como haciendo un rápido cálculo mental. Dió un par de pasos seguros al frente, y sin despeinarse, lo cazó con el hocico antes de que tocara el piso, justo por el mismísimo centro de gravedad. Giró en redondo, y salió por la puerta, casi sin apuro, al trotecito, con el salamín en la boca.
Parecía uno de esos tipos que caminan en la cuerda floja llevando un palo largo perpendicular al cuerpo para ayudarse a mantener el equilibrio.

El gordo, desolado, salió atrás del perro, y los vimos a los dos cruzando la avenida entre los autos.
Erec con su habitual prestancia, con los extremos del embutido sobresaliéndole a ambos lados de la cabeza.
Pilín, persiguiéndolo a las puteadas con su voz de nene, remando el aire con las palmas de las manos hacia atrás, sabiendo que esa noche se quedaba sin picada.

- CONTINUARÁ -

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1 comentario:

  1. Cada personaje, cada capítulo, una lágrima de risa y admiración por este autor que pinta en su escritura.

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