"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 9 de octubre de 2011

32 - Pollitos


Ambos se pusieron de pie y comenzaron a bajar rápidamente los escalones

- Paren! Hay más!
El licenciado Topolovsky siguió su camino rumbo al cuartito donde había quedado el Doctor Pascualini, seguramente enfrascado en su partida de solitario. Anchoa, en cambio, se detuvo, y dando media vuelta me preguntó:
- ¿Qué más, Tordo?
- Más sonidos, usted sabe…
- ¿Usted se refiere a lo que se oye cuando termina el show de luces de colores?
- Así es. Eso que se parece a pollitos piando.
- Tiene buen oído, Doc. Eso son. O eran, mejor dicho. Antes de que se construyera la casa que albergó a la botica y después al bar en sus sucesivas versiones, en ese terreno había una especie de criadero de pollos. Eso fue en la primera mitad del siglo diecinueve, en la época de Rosas, cuando esta zona era prácticamente un área rural. Si bien cada familia solía tener su gallinero, a un inmigrante de Europa Central, que no se sabe bien cómo llegó, porque las corrientes inmigratorias fuertes comenzaron años después, se le ocurrió lo del criadero para abastecer a los sectores más adinerados del centro de la ciudad.
- ¿Todo eso también lo averiguó el Topo en sus investigaciones históricas?
- Sí. Y como dato de color, pudo saber que el dueño del criadero era un rubio grandote, que alguna vez hizo uso de la extraordinaria habilidad que había adquirido en el manejo de la cuchilla de tanto degollar plumíferos, en una disputa con un mulato por un asunto de polleras. Parece que el morocho no contó el cuento.
- A la pucha. Pero hay más
- ¿Más sonidos?
- Sí, Anchoa. Esta madrugada, además de los pasos y las carambolas, escuché cerca de la puerta del bar un sonido muy extraño, como un bip muy agudo, que se repetía.
Entrecerró sus ojos de suricata, le dio una larga pitada al pucho que, como siempre, colgaba de la comisura de su boca, y se quedó así unos segundos.
- Un bip. Por más que lo piense, no hay nada en los registros históricos que recopiló el Licenciado Topolovsky que pueda asimilarse a un sonido de esas características, Tordo. Y ahora le tengo que pedir que me disculpe. Voy a ver qué nos dice Pascua de este asunto del cartel municipal que usted acaba de aportar a la investigación. Le aconsejo que se vaya a descansar, que le está haciendo falta.

Ya era media tarde, y la noche anterior no había podido dormir. La falta de sueño suele caerme muy mal, así que le hice caso y bajé los escalones de la tribuna para dirigirme al portón principal de Pampa y Miñones. En el camino pude ver que el viejito de la boina a cuadros estaba enrollando la manguera para guardarla, y los pibes de las inferiores ya se habían retirado al vestuario.

Cuando ya estaba en la vereda, una voz infantil me llamó desde adentro. Me dí vuelta mirando hacia abajo. Como de costumbre, Pilín había logrado confundirme con su vocecita de nene.
- ¿Y, Dotor? ¿Va a ir con nosotros el sábado, contra Cambaceres?
- Seguramente, Pilín. Seguramente.
Ya no tenía ganas de seguirle la corriente al gordo en su creencia de que yo estaba ahí solamente para interiorizarme de las estrategias de la barrabrava para enfrentarse con los rivales de turno. Mi respuesta lacónica pareció no importarle demasiado, porque sin seguir la conversación dio media vuelta y se dirigió hacia el depósito. Llevaba dos rollos enormes de tela verde y blanca, uno debajo de cada brazo. Debían ser las banderas. O los trapos, como escuché que les llaman las hinchadas.

Anduve todo el camino con la mente en blanco, y ni siquiera recuerdo cómo ni a qué hora me quedé dormido. A la mañana siguiente me desperté como nuevo, pero con una inexplicable necesidad de irme de raje para el bar.

Cuando llegué, Anchoa ya estaba en una de las mesas de la vereda, fumando y tomando un cortado, como si me estuviera esperando.
- Venga, Doc, siéntese. Le pido un cafecito.
- Gracias.
- Se lo ve descansado.
- Así es. Dormí como una criatura.
- Me alegro. En cambio, gracias a usted, el que pasó la noche en vela fue el Doctor Pascualini
- ¡Epa! ¿Qué hice yo, ahora?
- Tranquilo,Tordo, que no es un reproche. Al contrario, lo suyo fue un aporte fundamental.

Por enésima vez, no podía terminar de darme cuenta si las palabras de Anchoa eran sinceras, o si se estaba riendo de mí, pero lo dejé seguir adelante con su explicación

Resulta que con el Licenciado Topolovsky  le pasamos a Pascua la data que usted nos dio acerca del cartel municipal, y se puso como loco. .
- ¿No me diga?
Se inclinó hacia adelante, y me habló casi en un susurro.
- ¿Recuerda que ayer le explicamos que, por estar conformados por ondas, los sonidos son tan sutiles que, al producirse esos remolinos temporales pueden salir disparados del pasado y llegar hasta el presente?
- Lo recuerdo.
- Bueno, a partir del hecho de que usted vio claramente en el frente del local el cartel municipal con los datos correspondientes al expediente de Pernoglio, que data de los años cincuenta, Pascua recalculó sus ecuaciones y llegó a la conclusión de que la anomalía temporal que se produce en este lugar hace que también puedan transportarse al presente objetos sólidos.
- Espere, espere. Que ayer yo estaba medio dormido y me podía llegar a tragar cualquier disparate que me contaran, pero ahora estoy bien despejado. Ese cartel bien podría haber quedado arrumbado por ahí, y a Doña Moderación puede habérsele ocurrido volver a ponerlo, como un elemento decorativo.
- Podría ser, pero le hago una pregunta. ¿En qué estado estaba el cartel?
- ¡Me cacho! Ahora que me lo pregunta, me acuerdo que me llamó mucho la atención el hecho de que el letrero ese parecía flamante, como recién pintado…Pero bueno, podría ser que lo hubieran mandado a restaurar.
- ¿Y usted piensa que la encargada se iba a poner en ese gasto para colocar el cartel un día y sacarlo al día siguiente? Porque tenga en cuenta, mi estimado, que sólo usted se percató de su presencia. Le creemos porque tuvo la previsión de anotar todos los datos, que coinciden absolutamente con los que figuran en los archivos de la Municipalidad.
- Y entonces ¿Qué piensan?
- Que alguien acá adentro tiene muy claro lo que pasa con el tiempo, y cuando llegó el cartel disparado desde la década del cincuenta, se apresuró a retirarlo para no despertar sospechas.

En eso llegó Candela a la mesa, y sin esperar a que abriera la boca, Anchoa le pidió un café para mí. La camarera giró sobre sus talones, y se volvió a meter en el bar. Pero no pudo reprimir su compulsión tuteadora, así que, aunque ya estaba dándonos la espalda, se encogió de hombros y largó su consabido “¡Dale!”

Entonces bajé el volumen de mi voz, y le dije a Anchoa:
- La verdad que esto me está empezando a asustar.
- Más vale que tome coraje, para escuchar lo que sigue.
- A la flauta. Lo escucho.
- Le acabo de explicar que según las nuevas ecuaciones del Doctor Pascualini, sería perfectamente factible que llegaran objetos sólidos desde épocas pretéritas.
- Sí, lo entendí perfectamente.
- Eso incluye seres humanos

Casi me caí de la silla de lona. Le pregunté, ya con un hilo de voz:
- ¿Usted dice que en el bar hay personas que vienen del pasado?

- Sí. Un par.    

- CONTINUARÁ -

2 comentarios:

  1. Con el sonido tipo "bip" se me ocurrió que también se pudiese escuchar sonidos... del futuro!
    Y lo del traslado de sólidos de un tiempo a otro bien podría ser válido, ¿pero seres humanos? Bueno, también son sólidos.
    Viene bien la cosa!!
    Abrazos!!

    ResponderEliminar
  2. Me como las uñas, más que un podólogo ¡voy a necesitar una manicura!

    ResponderEliminar